lunes, 15 de agosto de 2011

Tudo bem

Desconozco la lógica de los aeropuertos. Decididamente no sé cómo funciona esto. Estoy esperando para embarcar en el vuelo 7650 de Gol y de lo único que estoy seguro es de mi falta de certezas. Todo es pasajero, menos el chofer me dijo Bender. A Bender lo conocí hace casi 16 años. Yo por aquellas épocas había caído en las garras del servicio militar voluntario (Ver Cabo IV) y me habían elegido para hacer una comisión diplomática en Porto Alegre, capital del estado de Rio Grande do Sul. La comisión consistía en desfilar por las calles con el uniforme histórico del Regimiento de Patricios para el Día de la Independencia, 7 de Septiembre. Ese día hizo una temperatura de al menos 39° celsius, y la galera que llevaba sobre mi cabeza era un pequeño horno encargado de freirme los sesos. El desfile en sí era a lo largo de no más de cinco cuadras, pero al finalizarlo debíamos quedar formados bajo el sol durante todo el tiempo que duró la ceremonia, algo así como media hora. En total, con la previa, el desfile y la formación final, nuestra participación debe haber durado unas dos horas. Al menos dos compañeros no lo soportaron y se desmayaron mientras estaban formados. Luego de eso el motivo por el cual habíamos viajado estuvo cumplido, pero de todos modos nos quedamos tres días más.
El avión acaba de despegar. Es de noche y llueve en Porto Alegre, aunque ya hace varios minutos que dejé la ciudad atrás. Sobre mí un hermoso cielo azul estrellado, abajo un tormentoso mar de nubes. Lo reconozco: notar la presencia de relámpagos no resultó tranquilizador, pero una vez que las nubes quedaron abajo ya no hubo de qué preocuparse. El avión tiembla un poco. Habrá que decirle al mecánico que revise la suspensión. Los días siguientes luego del desfile nos trataron como reyes, o mejor, como embajadores. En Porto Alegre conocí el concepto de “Gente fina” y entendí que era el que mejor se adaptaba a los lugareños. Gente hospitalaria, amable, con una sonrisa en la boca siempre. Hermosas mujeres y hombres siempre serviciales. Buena gente, gente fina. Nosotros  paramos en el cuartel de la Polizia do Exército. Todas las mañanas al levantarnos nos esperaba un café. Parece poco dicho así, pero café es la manera en que ellos denominan al desayuno. Un café, entonces, consistía en una mesa con café, leche, té, tostadas, dulce de leche, manteca, mermelada, lomito ahumado, queso, pan, huevos, bananas, naranjas, manzanas, uvas y jugo de naranja, todo en cantidad como para abastecer a un regimiento, y nosotros eramos apenas una compañía. El almuerzo era algo similar, solo que sin pan y con el infaltable acompañamiento de arroz con feijâo preto, una salsa de porotos negros. Debo haber aumentado unos tres kilos en esos cuatro días.
Hoy se votó en Buenos Aires y por lo poco que pude enterarme el clima acompañó con un sol radiante. En Porto Alegre llovió durante todo el día, pero ahora miro por la ventanilla y veo cómo las nubes comienzan a desaparecer. No hay nada por debajo. Uno de los encargados de velar por nuestra comodidad era el Cabo Augusto. El Cabo Augusto era un pibe de unos 20 años, más o menos la misma edad que tenía yo por entonces. Durante los dos primeros días el idioma había sido un problema pero para el tercero mi portugués había progresado bastante más que el de mis compañeros. Tal vez por eso oficié muchas veces de intermediario entre ellos y Augusto o su superior, cuyo nombre ya no recuerdo. Ellos nos llevaron a conocer la ciudad y nos mostraron distintas caras del modo de vida gaúcho, desde los shoppings como Praia de Belas o Iguatemí, la noche, regada de cerveza Pilsen uruguaya, o las pizzerías libres, donde probé por primera  vez la pizza de dulce de leche.
Hablando de comida, el catering de este vuelo es mejor que el del de ida. Es un sandwich de jamón, queso y tomate, y el pán tiene orégano o algo por el estilo. Lo tomo con un vaso de guaraná, el último en quién sabe cuánto tiempo más. Yo no sé por qué no se vende guaraná en Buenos Aires. Con Augusto quedó una buena relación, y le pasé mis datos para devolverle las gentilezas en caso de que, como estaba en sus planes, viajara a la Reina del Plata en diciembre. Al final esos planes se consumaron, y en diciembre yo salí de licencia por un mes cuando a la salida del regimiento me encontré con Augusto y el amigo que lo había acompañado. Ese amigo era Bender. Durante unas dos semanas los empapé a ambos en el Buenos Aires' lifestyle. Incluso logré que pasaran vergüenza en un cantobar cantando la Canción del Marinero de Paralamas en portugués. Desde entonces Augusto no volvió a Buenos Aires pero Bender sí lo hizo un par de veces. La última, especialmente para asistir a mi boda.
Nuevamente hay nubes en el cielo bajo mis pies. El mayor problema de los tiempos preinternetianos es que resultaba por lo menos difícil mantener un vínculo que no se viera alimentado por el contacto físico frecuente. Este contacto no estaba disponible entre mis amigos brasileros y yo. Con Bender hablaba cada tanto, particularmente para las fiestas o los torneos de fútbol donde participaran Brasil y Argentina, y a través de el me enteraba sobre Augusto, pero con el tiempo incluso esto se fue perdiendo. Un dia simplemente deje de saber de los dos.
Ya va una hora de vuelo, no debe faltar demasiado. Aun hay algunas nubes, pero entre ellas alcanzo a ver un poco de llo que hay abajo, o sea nada. Hace un par de meses recibi una solicitud de amistad en facebook. Era Bender, a quien yo ya había buscado sin exito. Nos saludamos efusiva y virtualmente, y al final me dijo que en poco tiempo pensaba viajar a Buenos Aires. Asi fue, y despues de varios anos volvi a darle un abrazo a mi amigo. El estaba próximo a recibirse de geólogo y por algun motivo relacionado con eso debía ir a Montevideo y pensaba hacerse una escapada por mis pagos. Al final lo de Montevideo se suspendió pero a Buenos Aires vino igual. Fue sólo por un dia, ya que yo estaba con mis hijos y más tiempo que ese no le podía dar, pero alcanzó para ponernos al dia, o casi. OK, no califica tampoco para ponerse al dia, pero es algo che.Se me acabó la bateria de la compu asi que sigo con el celu. No se por cuánto tiempo porque me esta dando sueño. Mejor paro y sigo en un rato.
La vista nocturna entrando a Ezeiza es impresionante. De golpe se abrieron la nubes y ahí el estallido de luces, iluminando el cielo. Hace unas semanas Bender rindió la última materia de Geología y obtuvo el título. Se comunicó conmigo en ese momento y me dijo que quería que yo estuviera en la ceremonia y en la fiesta de graduación. No pude negarme. Así fue que ayer a la  mañana subí a un avión por primera vez en mi vida, y ahora por segunda. Entre una y otra volví a ver a Augusto, a quién le di un gran abrazo, conocí a la madre y las hermanas de Bender, quienes me trataron como a un hijo más, conocí a mucha gente y todos ellos con el típico sello de hospitalidad de Rio Grande do Sul. Quedé encantado también con las pequeñas diferencias culturales. Saber, por ejemplo, que a la conexión de internet de alta velocidad que acá se llama “banda ancha” allá le dicen “banda larga”. O sea, ellos la tienen larga pero nosotros la tenemos ancha. Vos fijate qué es mejor. Probar la carne al horno y los chorizos aderezados con harina de mandioca. Falar em portugueis, o el triste remedo que sale de mi boca. Enterarme que las vacaciones son 30 días para todos, no importa la antigüedad laboral que tengas. Tratar de hacerles entender que el fernet se toma con cola, que puro no es negocio. Almorzar sin pan. En fin, pude desintoxicarme por 36 horas de Buenos Aires y sus preocupaciones. Hoy termino de escribir estas líneas desde mi escritorio, nuevamente sumido en mi rutina.
Pero fue muy bueno.
Pronto espero volver por allá.


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