miércoles, 3 de abril de 2002

Credere

Creer, del latín credere. Hay una crisis de confianza actualmente, estamos tan quemados por todos aquellos que nos han traicionado que ya no creemos en nada. Ya no podemos creer en las instituciones, ya no podemos creer en nuestros gobernantes, menos aún en aquellos que nos aconsejan “desinteresadamente” y ni siquiera en quien nos ofrece un trabajo por miedo a que nos cague. Pero toda esta incredulidad nos hace también cerrarle el crédito a aquello que nos hace bien, que nos hace humanos y nos permite vivir en sociedad. Normalmente se asocia, más aún en ésta época del año, al hecho de creer con palabras como fe y esperanza. Pero se nos ha hablado tanto y tan en vano de estas palabras que hasta a ellas las hemos dejado a un lado. Analicémoslas de a una: la Fe, con mayúsculas, apela a Dios, a la religión, y ese es un tema muy personal. Pero aparte existen otros tipos de fe, más pequeñas, más íntimas, pero que al ser más humildes y cotidianas hacen a nuestra vida, y forman parte de nuestra diaria realidad. Fe en nuestros amigos, con quienes sabemos que podemos contar cuando sea, no importa si para brindar con una cerveza porque las cosas marchan bien o para llenarles el hombro de lágrimas porque van mal. Fe en nuestra familia, la de origen o la que nosotros formamos, a pesar de que más de una vez nos den algún disgusto. Fe en nuestra pareja, que siempre está a nuestro lado ofreciéndonos su invalorable apoyo. Fe, por sobre todo, en nosotros mismos, en nuestra capacidad, nuestro talento y nuestras convicciones, porque en definitiva somos los únicos con quienes de ninguna manera podemos tener intereses encontrados. Y aunque sea cierto que tanto nuestros amigos, nuestra familia o nuestra pareja nos pueden cagar, y que encima estas son las cagadas que más duelen, porque llevan el agravante de la proximidad (no es lo mismo que te cague tu hermano que el gerente de personal), si llegamos al extremo de cagarnos a nosotros mismos ahí sí estamos listos, brother.
Y por el otro lado está la esperanza. Que es lo último que se pierde, dicen. Pero lo último que se pierde es la vida. Y también dicen que donde hay vida hay esperanza. De lo que finalmente concluimos que esperanza y vida son la misma cosa (el razonamiento no es mío). Yendo un poquito más profundo, la existencia misma de la vida, el mero hecho de levantarse a las siete de la mañana para ir a laburar o ir a buscar laburo, implica aunque sea la esperanza de que si las cosas ahora no están lo bien que nosotros quisiéramos que estén, está siempre latente la posibilidad de que cambien, de que peguemos un golpe de suerte y terminemos de una vez con la malaria. En fin, que por más que nosotros mismos a veces no nos demos cuenta siempre estamos esperando algo que justifique nuestro paso por este mundo.
En fin, que uno, por más golpeado que esté, siempre tiene algo de fe y algo de esperanza. Es ese motorcito que nos da fuerza para arrancar cada día. Es, en definitiva, lo que nos diferencia de los vegetales.