jueves, 17 de octubre de 2002

Mirá más allá de tu monitor

Mirá más allá de tu monitor: afuera está la calle. Mirá más allá de la calle: hay todo un mundo afuera. Las posibilidades son infinitas: sólo hace falta valor. Nos quejamos de estar atados cada día a la misma rutina: rutina de empleado, comerciante, ingeniero, contador, desocupado, estudiante. A todos nos gustaría vivir aventuras, sentirnos héroes aunque sea por un día, como decía Bowie. El problema está en que no nos animamos. Que me encantaría, pero mirá todo lo que tengo para hacer. Que sería fantástico, pero con todos los gastos que tengo estoy como para aventuras. Que ni lo pensaría si sólo tuviera la oportunidad. Lo cierto es que las oportunidades nos rodean, como decía Conan Doyle en El Mundo Perdido. Lo que pasa es que para tomar esas oportunidades hace falta tener mucho huevo. O mucho ovario. La característica principal de los héroes es un desinterés en ellos mismos que los lleva a jugarse todo sin importar los riesgos. Eso es lo que tienen en común 007 y la Madre Teresa de Calcuta. Es cierto que a James Bond le gusta estar rodeado de las mejores minas y alojado en los mejores hoteles, pero no duda en arriesgar la vida cada vez que es necesario defender los intereses de Su Majestad. Del mismo modo si uno cualquiera de nosotros quisiera ser un héroe sólo bastaría con tomar alguna de las miles de oportunidades que se nos presentan a diario y sacrificar todo por aprovecharla. Ser voluntario de Greenpeace, trabajar en una misión para ayudar a quien más lo necesite, ofrecerse a ayudar en las iglesias o en cualquier lugar donde alguien precise que lo socorramos, son también maneras de convertirse en héroe. Por supuesto que esa no es la forma de heroísmo que buscamos. A nosotros nos gustaría ser héroes cotidianos y de entrecasa, poder tener una sola gran aventura que justifique nuestras vidas y contarlas hasta el hartazgo mientras nos quede aliento que gastar. Lamento decirles, mis queridos, que ese heroísmo no existe, sólo pasa en las películas. Héroe es una profesión de tiempo completo que exige el abandono de las propias ambiciones. Analícense las características del héroe clásico: no tiene familia, no tiene posesiones materiales, no tiene ambiciones personales, no tiene nada salvo una inconciencia feroz que le permite enfrentarse a las situaciones más riesgosas sin darse cuenta realmente de todo lo que está poniendo en juego. Demasiado para nosotros, acostumbrados a luchar tan sólo por mantener el mínimo confort que nos permite la sociedad de hoy en día. En realidad esa misma rutina de la que tanto nos quejamos se nos hace tan imprescindible que podemos bien aceptar una alteración momentánea en ella (vacaciones, fin de semana largo, huelga, enfermedad), pero una alteración permanente siempre nos resulta traumática. Perder o cambiar el trabajo, radicarse en otra ciudad u otro país, mudarse o irse a vivir solo. La rutina nos contiene, nos mantiene ligados a la realidad, siempre nos resulta preferible tener una idea de lo que vamos a hacer mañana y no sentir que cada día es un salto al vacío. Nos aterra la idea de perder el mínimo control que tenemos sobre nuestro destino. Si de hecho hasta el héroe tiene su rutina, rutina heroica si se quiere, pero rutina al fin. Y ahí es donde nos descubrimos como héroes cotidianos, dando todo de nosotros día a día, dejando cosas de lado y tomando decisiones fundamentales para defender aquello en lo que creemos: nuestro bienestar, nuestro valor como laburantes, como padres, como miembros de una familia, como individuos plenos. Sin peligros exóticos, sin enfrentarnos a la muerte día a día, sin llegar a los extremos Bond o Madre Teresa. Pero siempre peleando por lo nuestro contra nuestros mortales enemigos: El Jefe de Sección, la directora de la escuela, el ministro de economía, el portero del edificio, la vecina del 5º B. No te distraigo más. Sigue y cumple tu misión, héroe.