sábado, 10 de septiembre de 2011

Inconsciente en colectivo

Ante todo que quede bien claro que no soy racista, xenofobo, sexista ni clasista. En todo caso soy especialista: considero que toda la especie humana sin excepción es una garcha.
Por supuesto que hay algunos especímenes que hacen verdadero mérito para ganarse mi desprecio. Escribo esto mientras viajo a bordo de un colectivo. Los colectivos de Buenos Aires tienen un no se qué particular. Particularmente molesto. Ya de entrada tenés que someterte al humor del chofer. Esto se traduce en las ganas que tenga o no de abrirte la puerta. Ahí es donde radica el eje de su poderío. Si el tipo va con un par de monos parados y no tiene ganas de abrirte, lo mas probable es que ni siquiera se gaste en pisar el freno. Alguna vez he visto pasar dos, tres, cinco bondis seguidos cuyo chofer simplemente siguió de largo sin que le importe el menor de los carajos si yo llegaba tarde, me cagaba de ofri o me hacían un pibe los vecinos de la villa 1-11-14. Un par de veces me le planté adelante. No es fácil hacer eso, porque se tiene que dar la circunstancia de que el bondi vaya lo bastante lento como para que no te lleve puesto, pero si lográs hacerlo sos Gardel. En serio. El tipo no puede arrancar porque es intento de homicidio y al final no le queda otra que abrirte porque la propia gente que lleva arriba se le tira en contra. El tipo termina odiándote pero no tiene más remedio que marcar uno con veinticinco.
Una vez traspuesto el primer escollo nos encontramos ante la gran duda: parados o sentados. Aquí se abren varias alternativas. La primera es que el colectivo esté vacío. Este es el mejor de los escenarios posibles. Uno simplemente debe elegir entre los asientos disponibles y ubicar allí su humanidad. Por supuesto que cuanto menos vacío esté el bondi menos posibilidad de elección tendremos. Esto implica que a veces tendremos que fumarnos a un compañero de asiento que no será de nuestro agrado. Porque claro, puestos a elegir cualquiera querría a una joven y simpática señorita de bellas facciones y generoso escote dispuesta a darnos un rato de agradable charla y por qué no su número de celular y su facebook, pero la realidad a veces nos sienta junto a Doña Porota con su visible sobrepeso que la hace ocupar un asiento y medio y su facilidad para dormir y roncar en cualquier lado y aún así arreglárselas para babear sobre nuestro hombro.
El segundo de los escenarios posibles es el del colectivo lleno. Ahí es cuando uno en primera instancia se resigna y busca el mejor lugar para ubicarse. Para evaluar correctamente cuál es ese lugar nos guiaremos por los indicadores que voy a detallar a continuación. El primero de ellos tiene que ver con evitar el contacto físico entre uno y los otros. Los otros representan una fauna variopinta que sería interesante pero algo extenso detallar. Por lo pronto dejaremos claro que como buena fauna se caracteriza por sus olores corporales, sus emanaciones personales y sus necesidades sexuales. En otras palabras, chivan como hijos de puta o lo que es peor, se bañan en perfume berreta (porque sépanlo: quienes usan perfumes buenos no viajan en bondi), se tiran pedos, eructan y para colmo te apoyan, te manosean y te manotean el ganso. Todo eso, por supuesto, en el caso de que no vayan directamente a punguearte. El segundo indicador tiene que ver con la posibilidad de conseguir un asiento. Percibir qué asiento se va a desocupar es un arte que se aprende con largos años de experiencia en eso de viajar en bondi. No tiene sentido que se los trate de explicar: un gesto, una pose, una actitud al encarar el viaje; todo eso nos puede dar una lectura sobre cuánto tiempo falta hasta que determinado pasajero abandone su condición de tal. Una vez identificado aquel que en menor tiempo dejará una plaza libre el desafío pasa a ser ubicarse de manera tal que quede disponible para nosotros sin que haya riesgo de que otro (u otra) nos la arrebate. Aclaro esto porque uno de nuestros mayores y más acérrimos rivales en esta situación son las nunca bien defenestradas Viejas del Colectivo, señoras ya entradas en años y con aparentes dificultades para movilizarse que ante la liberación de un asiento son capaces de tacklear luchadores de sumo, caminar sobre la panza de embarazadas e incluso deslizarse hábilmente entre nuestro culo y la cuerina cuando se trata de apoyar el suyo propio por el resto del viaje, aunque este mismo no se extienda más allá de una parada. Eso, por supuesto, cuando no apelan al "Ay, joven, ¿no me cede el asiento? Es que ya he vivido tantos años..." cuando uno ya está comodamente sentado. Y no sentado en los asientos de adelante, sino en el fondo, en uno de los pocos asientos que quedaban cuando uno subió al colectivo semivacío. Y uno, que no quiere hacer un escándalo, se lo da. Porque la alternativa, por supuesto, es mandarla a la mierda. Digo, uno viene de laburar 14 horas seguidas parado como un boludo para que esta señora que estuvo todo el santo día rascándose vehementemente la argolla viaje las cinco cuadras que la separan de la casa de su amiga que la espera con té y masitas y le quite a uno el asiento. Asiento que luego quedará para la pendeja que sale del colegio escuchando Lady Gaga en su celu y que viaja hasta Berazategui completamente aislada de lo que pasa alrededor suyo.
Por último, hay un tercer escenario posible: el del colectivo completo. A ver, imaginemos la situación: uno está haciendo la cola en la parada y ve venir al colectivo vacío. "¡Qué bueno!" piensa. "¡Voy a viajar sentado!". Entonces, a medida que la cola avanza uno ve como los asientos se van llenando. Finalmente llega el turno frente a la máquina y es entonces cuando uno se da cuenta de que si bien no hay nadie parado, tampoco hay asientos vacíos. Conclusión: uno viaja como un pelotudo agarrado al pasamanos mientras el resto del pasaje va departiendo alegremente en sus cómodos asientos y uno se siente el más gil del barrio. Lo bueno es que esta situación es transitoria. Normalmente no pasa más de una o dos paradas hasta que sube más gente y entonces uno se regocija con el hecho de saber que, al menos, no es el único boludo de pie en el bondi. Así es, amigos, la miseria humana es moneda común en este medio de transporte. Ahora los dejo porque se acaba de liberar un asiento de adelante y hay una embarazada con un crío a upa que me lo quiere cagar.