domingo, 20 de julio de 2003

A los Amigos

Cuando éramos más chicos, o más jóvenes, hicimos promesas de amistad eterna que creímos que serían respetadas por siempre, que nunca íbamos a dejar de tener cerca a nuestros amigos, los que nos dio la escuela, los que nos dio el barrio, pero por sobre todo los que nos dio la vida.
Esa misma vida que con el tiempo nos fue demostrando que no es bueno desafiarla, y que siempre y nunca son palabras demasiado grandes para usarlas a la ligera, y que los juramentos y promesas no pueden ser eternos,
porque la eternidad es más de lo que uno podría asegurar que existe.
La vida, entonces, se encargó de dispersarnos, de ponernos distintos horizontes y marcarnos a cada uno un rumbo distinto, único, que a veces podía ser compartido por alguno de los viejos amigos, pero nunca por todos, porque es esa misma diversidad la que nos hizo estar juntos, y es ella la que nos separa.

Entonces alguno marchó hacia la facultad, otro se largó a laburar con o sin su título de técnico, otros no estudiaron nada y la pelean con la guitarra o la batería, otros cayeron y ya no están, y otros, algunos, los menos, nunca se fueron.
Pero no es un reproche, a nadie se puede culpar por seguir su camino, y si su camino se separa del mío,
no le haría más que daño si le exijo que me acompañe.
Entonces, para todos aquellos que aunque de ser amigos hayan pasado a esa genérica y difusa categoría de “conocidos” nunca se olvidaron de todos aquellos viejos y buenos momentos que pasamos juntos, para aquellos que nunca serán “ex amigos” sino “viejos amigos”, para aquellos que dejaron su lugar a nuestro lado pero nunca el que tienen reservado en nuestro corazón, para los que fueron, para los que son, y para los que siempre respetarán esas viejas promesas aunque estén físicamente lejos y rara vez se crucen con nosotros.
Para todos ellos, gracias por participar, y seguir participando, en lo que soy.

viernes, 6 de junio de 2003

Ciencia y religión

De hecho la guerra que se combate ahora es la misma que se combatía hace diez siglos en las Cruzadas. Cristianos versus musulmanes. Sólo que los cristianos ya no son tan cristianos, sino que levantan por sobre todo las banderas del Capitalismo, la Libertad y la Ciencia. Porque la realidad es que en los últimos cien años la ciencia vino a reemplazar a lo que conocemos como religión. Vamos por partes, ¿qué es una religión? Desde el comienzo de la Humanidad, religión ha sido todo aquel conjunto de mitos creados por los hombres para explicar todo aquello que les era demasiado oscuro como para entenderlo de manera natural. La creación del mundo, del ser humano, las fuerzas de la naturaleza, el día, la noche, el mar, la tierra, todo encontraba respuesta si era necesario, y satisfacía la curiosidad natural de los pueblos, al tiempo que ahuyentaba el miedo a lo desconocido, enemigo arcaico y primal del género humano. Y desde la época del iluminismo, la encargada de responder todos esos interrogantes es la ciencia. Ahora todos sabemos que la Tierra es redonda y gira junto con ocho planetas más alrededor de una estrella a la que llamamos Sol. Sin embargo, no tenemos la misma certeza acerca de la existencia de Dios. ¿Significa que la ciencia ha reemplazado a la religión? Sí, pero no del todo. Existen dos aspectos en los que la ciencia no puede contra su vieja enemiga, y esos mismos son los pilares en los que la religión (nuestra religión, occidental, por más que hoy reniegues de ella) se basa: La vida de ultratumba y la Voluntad Divina. Por un lado, uno de los mayores interrogantes que arrastró la Humanidad desde sus albores es si hay vida después de la muerte, tanto que todas las religiones tienen una idea formada al respecto. Los egipcios preparaban a sus muertos con todas sus posesiones terrenales para realizar el viaje al más allá. Los católicos, en cambio, estamos condenados a pasar toda una vida de sufrimientos y privaciones porque sabemos que luego tendremos la recompensa del Paraíso, previo Juicio. La ciencia, en cambio, en el mejor de los casos no dice nada. En el peor, sentencia dramáticamente que cuando te moriste game over, desenchufaste el aparato y todo lo que había adentro se perdió. Demasiado para lo que puede soportar un ser humano.
Y el tema de la voluntad divina. Siempre es bueno tener un amigo influyente a quien pedirle favores cuando las cosas no pintan bien. Puede ser alguien del Gobierno, la secretaria del gerente, o si no queda otra Dios. Que en su infinita bondad y sabiduría siempre se va a hacer un ratito para ocuparse de nuestros problemas. Ni sueñes que la ciencia va a hacer algo parecido. Esa es la razón de la proliferación de iglesias alternativas: te ofrecen la posibilidad de pedir favores sin necesidad de sufrir de la manera que exige la iglesia católica. La combinación es ideal: podés divertirte tranquilo que igual te voy a ayudar. Nada más dejá unos mangos en la caja de la iglesia. De ahí al becerro de oro, un paso. Pero si hoy la iglesia aparece desvirtuada no es culpa de nadie más que de la iglesia misma, que a través de los siglos permitió, entre otras cosas, la creación de santos que no sirven más que para disimular una situación real de politeísmo; una institución como la Inquisición, responsable de la muerte de miles de personas basándose sólo en sospechas; la supuesta evangelización de los indígenas americanos, responsable de un genocidio sin comparación a lo largo de la historia. Concluyendo, entonces: la gente necesita respuestas, no sólo a los problemas cotidianos sino también a las preguntas trascendentales, aquellas que existen desde que el hombre tomó conciencia de su presencia en este mundo. La ciencia puede responder cada vez más de éstas, pero para las demás siempre será más cómodo y simple seguir confiando en la religión. Después de todo, la Biblia es más fácil de entender que la teoría de la relatividad. Pero no ha habido ninguna guerra entre los partidarios de Freud y los de Lacan.

martes, 20 de mayo de 2003

El mundo sigue su marcha

El mundo da vueltas sin preocuparse demasiado por tu miserable existencia. La nimiedad del ser humano es algo que hasta a los propios humanos les queda grande. Cada uno es el centro de su propio universo, y sin embargo el mundo sigue ahí, dando vueltas. No se trata del cálculo comparativo-matemático de Carl Sagan, ni tampoco de la confrontación del tamaño de una persona frente al del mismo Sistema Solar. Sólo se trata de que un ser humano es apenas un poco más que la nada. Imaginemos esto: un espiral formado por millones de puntos luminosos: La Vía Láctea. Cada uno de esos puntos, una estrella alrededor de la cual seguramente giran unos cuantos planetas. En una de esas estrellas, un planeta con una atmósfera de hidrógeno y oxígeno. En ese planeta, cinco masas continentales que emergen de una enorme superficie líquida. En esos cinco continentes, seis mil millones de boludos pensando en como conseguir guita.
El problema es la guita, seguro, pero no la obtención o la falta de ella, sino su misma existencia. El problema es que miles de años de civilización sólo sirvieron en el hombre para inhibir lo más valioso que hay en él: la capacidad de disfrutar de lo simple. Estar tirado sobre el pasto mirando las nubes. Mirar una puesta de sol sobre el río. Sentir el viento en la cara desde la cima de un cerro. Reírse, sólo reírse como chicos. Es maravilloso lo que se puede hacer cuando uno se olvida de todo lo que tiene y debe. Es increíble como cambia la manera de encarar la vida cuando se toma conciencia de la propia insignificancia. Es en la humildad donde se encuentra la verdadera grandeza del Ser Humano. Si total, hagas lo que hagas, el mundo siempre seguirá dando vueltas. Y vos no te moverás de ahí.

miércoles, 12 de febrero de 2003

Uno no se las sabe todas

Uno no se las sabe todas, uno va recorriendo ese camino entre puerta y puerta de la vida tropezando y aprendiendo de los tropezones que da, así como dicen que la experiencia es un peine que te dan cuando te quedás pelado es cierto también que es un peine que no se presta, la experiencia se vive y no se comparte, y lo que pudo resultar productivo para uno puede ser desastroso para el otro. OK, a uno le gusta contar las cosas que le pasan por dentro, es una forma de terapia, incluso, es sacarse de las tripas lo que puja por salir y dar lugar para que algo nuevo crezca, pero jamás se pone en el lugar del maestro que ya está de vuelta y tiene bajo el brazo el manual de instrucciones de la vida. Lo que yo escribo es apenas una crónica de lo que observo. Nada más. Nadie tiene por qué seguirme. Ni a nadie doy instrucciones de cómo hacerlo.
Odio los textos de autoayuda. Recibo en mi casilla día a día cadenas de mail donde se me dan todo tipo de fórmulas mágicas que convertirán mi vida en un paraíso. La estructura es más o menos la misma en todos los casos: frases cortas, normalmente en modo imperativo; muchas metáforas, muchas veces innecesarias; muchas veces una parábola ilustrativa para adornar; y siempre, de modo infaltable, la sensación de que el que escribió el texto vivió la vida cinco veces y ya no existe nada que no tenga previsto en su manual.
Me encanta equivocarme. No existe derecho tan humano como el de equivocarse, y no existe mejor manera de aprender. A veces tomar una decisión equivocada puede ser desastroso, pero peor aún es cuando la decisión equivocada fue hacer caso de lo que otro me dijo en vez de hacer lo que mi propio instinto me decía. Si un día mi hija me dice que quiere meterse a monja, yo por convicción no puedo aprobar esa decisión, y voy a tratar de convencerla de no hacerlo, pero jamás le prohibiré que lo haga, ya que eso provocaría que ella viviera culpándome por haberle coartado su vocación, lo sea realmente o no, no tendría forma de saberlo. Prefiero que se meta a monja y se equivoque y se salga, o no y el equivocado haya sido yo, pero que sea ella la que tome la decisión, porque es su vida, y nadie la vivirá mejor que ella. La vida no viene con manual de instrucciones, y aunque ya seas pelado para cuando tengas tu peine, sabrás que fuiste vos el que lo armó, diente a diente, y eso no tiene precio.