jueves, 4 de agosto de 2011

Celular

El mundo es un puto aujero. Así, aujero (corresponde un SIC?). Una vez una periodista me dijo eso el día que su novio la dejó. Ya pasaron unos veinte años de aquello, y yo tenía alguna idea acerca de que ella tenía razón. Tal vez no de cuánta. Pero ya tenía, eh. Nos pusimos a hablar en aquella oportunidad. No quería consolarla, no me correspondía de hecho y no tenía necesidad. Pero sí, me sentía curioso. Se supone que ella era una adulta ya formada (en realidad, no tenía ni diez años más que yo) y hasta entonces no había visto un adulto en carne viva, no de esa manera. La charla fue virando desde ella hacia mí. Yo le dije que me sentía solo (no me estaba tirando un lance, no me interesaba V de esa manera), y ella salió con la boludez de que tenía a mi mamá, a mi papá, a mis amigos y bla bla bla. ¿Cómo decirle que estar con mis viejos era estar solo? ¿Cómo explicarle que mis amigos eran tales sólo desde mi perspectiva?
Ayer tuve un mal día, es cierto. Me encantaría tener el consuelo de decir "en fin, fue tan solo un mal día", pero lo cierto es que fue otro mal día. Un mal día más dentro de una lista interminable de malos días. Haciendo cuentas, generando una estadística, ¿cúal es el porcentaje de días buenos y cuál el de días malos en mi vida? ¿Cuántos goles metí por cada uno que me morfé?
Hoy escribo desde una rara serenidad. Ayer fue un día de mierda de esos que confirman la sentencia expuesta por V en 1991. No es un caso aislado. Me siento estancado. Tal vez desde entonces, o antes. Se supone que yo tenía un futuro brillante. "Qué chico inteligente. De grande va a ser ingeniero, arquitecto, doctor." De grande soy un adulto con un matrimonio fracasado, que no encuentra un laburo en el que pueda asentarse y que siente que cada vez que logra dar un paso adelante recibe un golpe que lo tira dos pasos atrás. Y ojo que la remé. Toda mi vida la remé. De cada golpe me levanté y de cada herida cicatricé. Pero los golpes duelen y las cicatrices marcan. Y sanar de todo aquello es duro. Nunca se consigue del todo. Entonces la piel se endurece y el alma también. Los niveles de cinismo y sarcasmo en sangre suben y el mundo pasa a ser un lugar demasiado conocido donde no se está a gusto. La sociedad me pidió que me convirtiera en un elemento productivo, pero yo ni siquiera sé qué es lo que puedo producir que le sirva a esta bendita sociedad. Tuve más laburos que Homero Simpson. Me convertí en un engranaje servil del capitalismo más salvaje, y jamás me sentí a gusto. Me convertí en un parásito depresivo, y no me sentí a gusto. Tal vez lo único que me guste sea escribir, pero jamás encontré a nadie que considerara que mi habilidad puede ser útil, y mucho menos que pudiera ganar plata. o aunque sea ganarme la vida con eso. Desde chico me presionaron para que fuese un profesional o algún tipo de miembro de cierta élite, y ya me ven acá, desnudo en mi cama dejando salir frustraciones. No es bueno que le impongan semejante carga a un chico. Y mucho menos que lo dejen solo después de imponérsela. Nadie nunca me preguntó qué me gustaba, nadie se preocupó por averiguarlo. Tuve que buscar siempre laburo de "lo que sea" aunque no quisiera. Y me han llovido elogios y felicitaciones por los cuentos que he escrito pero nadie jamás consideró que mereciera dos mangos por haberlo hecho. La literatura es mi hobby, entonces, me demanda tiempo y esfuerzo pero no me reditua un mango. Hubo un tiempo en que publicaba un cuento por día, o un capítulo de alguna historia más larga. Hacerlo me demandaba entre dos y cuatro horas, trabajo intelectual y de investigación, más allá del acto de escribir propiamente dicho. Por supuesto, eso no tiene valor en una cultura para la cual lo único importante es que la economía se mueva. Si Amy Winehouse fue utilizada y abandonada por la industria y murió sola en su departamento sin un hombro donde appoyarse, lo que importa en definitiva es que muerta y enterrada va a vender más discos que encerrada y falopeándose. Así que hoy me tomo mi día de depresión y furia y aprovecho para vomitar lo que me sale de adentro. No me vengan con boludeces tales como todo lo bueno que logré, mis dos hijos y la mar en coche. Las cosas buenas que obtuve no me dan de comer, y estuve una semana a arroz y fideos midiendo para cuánto me alcanzaba la manteca. Y cuando finalmente me pagan el sueldo que me gané por adaptarme al sistema resulta que me dan un cheque sin firmar y tengo que utilizar mi día de descanso para arreglar con la panza vacía las cagadas que se mandaron otros. Y entonces el golpe de gracia. Un mimo que me pude dar después de mucho. Un mimo para el que me endeudé casi con alegría. Un celular que me tenía muy contento y que me compré hace menos de dos semanas para reemplazar la carcacha inutilizable que venía llevando. ¡Hola! Ahora estoy en tu bolsillo mientras vas en el tren, ahora no estoy más. Sí, es apenas un celular, un pequeño objeto completamente reemplazable cuya ausencia no implica la muerte de nadie. Pero no es sólo el celular. Basta para mí, basta para todos, señores.
Mañana volveré a mi triste y rutinaria vida de vendedor de autos que no consigue vender una mierda. Hoy no estoy. Y no me llamen al celu porque no me van a encontrar.

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