domingo, 28 de abril de 2013

De otros Olimpos


Hubo una época en la que el rock argentino era uno de los Grandes Orgullos Nacionales. América Latina toda se rendía a los pies de bandas como Soda Stereo, Zas o Virus. Propuestas renovadoras como las de Sumo, Los Twist o Suéter aparecían a cada rato. Viejos próceres como Miguel Abuelo se repatriaban y renovaban su vigencia. Desde distintas ciudades del interior surgían talentos como Juan Carlos Baglietto, Los Enanitos Verdes, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Todo era felicidad en  el planeta rock.
Y dentro de ese planeta no resultaba difícil establecer distintas jerarquías entre los participantes. Por un lado estaban las Estrellas. Figuras rutilantes que se organizaban de acuerdo a los discos que vendían. Es el caso de Miguel Mateos, quien durante años ostentó el título de Artista más vendedor por Rockas Vivas. Podemos nombrar también e Federico Moura, Pipo Cipolatti, Luca Prodan (estrella outsider cuyo espíritu sería rescatado por el Indio Solari). Incluso figuras menores como Pil Trafa o Richard Coleman eran considerados estrellas, sin olvidarnos por supuesto de las Damas del Rock: Celeste Carballo, Fabiana Cantilo o Patricia Sosa entre otras.
Después se podía reconocer a los Padres Fundadores: los sobrevivientes de aquellas interminables trasnoches en La Cueva y La Perla del Once: Litto Nebbia, Moris, Javier Martínez, el mismo Miguel Abuelo, Pappo. En general a estos se les había pasado el cuarto de hora, salvo honrosas excepciones como Miguel que había comenzado a probar las mieles de la masividad con Los Abuelos de la Nada o el Carpo, devenido en furioso exponente del heavy metal vernáculo con Riff.
Así más o menos era el panorama rockero de Argentina a mediados de los ochenta. Falta, sin embargo, una categoría más que dejé a propósito para el final y que fue creciendo y decreciendo al vaivén de nuestro rock. Son los Dioses del Olimpo.

En el comienzo fue el Flaco. Ya desde Almendra Luis Alberto Spinetta se perfiló como un artista diferente. La experiencia de Pescado Rabioso y fundamentalmente la edición de Artaud lo catapultaron a un plano superior con respecto a todos los demás músicos. Ese mismo año salió a la venta el primer disco de Sui Géneris: Vida. En ese momento hizo su presentación en sociedad aquel que durante los siguientes veinte años competiría con el Flaco por el trono de Suprema Deidad del Olimpo Rockero: el Señor Charlie García (luego Charly). Durante diez años Luis y Charly fueron superándose a sí mismos una y otra vez a través de grupos y discos, hasta que la Guerra de Malvinas trajo consigo la prohibición de pasar música en inglés y por ende la explosión del rock en castellano. En ese momento comenzaron a surgir bandas y solistas por todos lados, y si bien ninguno conseguía destronar a nuestros dos paladines, hubo quienes con tiempo y esfuerzo lograron eventualmente hacerse un lugarcito en el Panteón de Dioses Argentos.
El primero de ellos fue Fito Páez. Su ingreso al selecto club se produjo en 1992 cuando editó El Amor después del Amor. Fito había empezado su carrera como tecladista de Juan Carlos Baglietto y posteriormente realizó colaboraciones con Charly y el Flaco, pero recién cuando publicó el disco más vendido de la historia del rock nacional obtuvo su pase dorado. El segundo fue Andrés Calamaro.
Él tomó clases de rocanrrol directamente de Miguel en los Abuelos y luego sacó unos cuantos discos solistas aceptables. Pero fue en 1997 con Alta Suciedad y a su regreso de España que logró el título (ciertamente discutido) de “Dios”. Esto se debió a dos causas: el éxito apabullante que tuvo en Argentina y en Europa con su banda “Los Rodríguez” y el éxito en nuestro país de su nuevo álbum. De aquí podemos entonces extraer dos sencillas reglas:

1º: No importa lo que el artista haya hecho dentro de una banda; lo que cuenta es el trabajo solista. En otras palabras, Dios es un título individual.
2º: Dios tiene calidad, pero si no vende no es Dios.
Un buen ejemplo de estas dos reglas de oro se dan con el último ingresante: Gustavo Cerati. Efectivamente, al frente de Soda Stereo Gustavo rompió todos los records de éxito internacional que haya tenido banda argentina jamás. Pero estar al frente de una banda no cuenta. Después de la separación de Soda lanzó una interesante carrera solista, pero su éxito no era comparable al de su grupo. Recién en 2006 con Ahí Vamos logró el éxito individual, y con él su ingreso al ansiado Panteón.

Viene todo esto a cuenta de la decadencia moral de Argentina. Entre tantos otros Olimpos que hemos visto caer, el rock nacional es quizás el mejor ejemplo de lo que fuimos y ya no somos. ¿Dónde están ahora nuestros Dioses? El Flaco mantuvo la frente alta hasta el final de sus días, pero el final de sus días simplemente llegó y ahora no tenemos más Flaco. Charly jugó con los límites y los excesos hasta que perdió, y su rescate nos dejó apenas una cruel parodia de aquel que alimentó el soundtrack de nuestro crecimiento. Fito se vendió al diablo y ahora transcurre entre declaraciones de “asco” y conciertos para celebrar que hace veinte años que no saca un gran disco. Calamaro dejó de lado su hipercreatividad para llorar en Twitter su inestabilidad emocional. Y Cerati llegó tan arriba que cuando cayó no se volvió a levantar. Nadie ha venido a ocupar esos puestos vacantes. El rock nacional, el rock argentino es hoy un buen recuerdo para quienes lo vivimos, y un ente abstracto para quienes llegaron tarde. Así pasa también con tantas otras de nuestras instituciones.
Ojalá algún día podamos volver a sentir que tenemos un rock y que vale la pena mostrarlo. Ojalá algún día podamos volver a sentir lo mismo por nuestro país.






*Este artículo está empapado de subjetividad, así que no jodan con que también deberían estar incluídos Pappo, Luca o el Indio. Construyan sus propios panteones para eso.

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