domingo, 23 de junio de 2002

La Búsqueda, Ayer Y Hoy

15-12-97
15:25 hs

Algún rato libre para estar tranquilo sentado en un banco en el botánico. “Buscarse a uno mismo”, concepto escuchado y utilizado hasta el hartazgo, pero imposible de comprender si no lo aplica uno sobre sí. Quizás el único sentido de la vida humana (tomando la humanidad tanto como raza o como suma de individualidades) sea buscar. Ni siquiera buscar para encontrar, porque la concreción de una meta siempre plantea otra superior, y no hay respuesta que no genere cien interrogantes aún más desconcertantes que el original, y así se crea un círculo no ya vicioso sino vital, no existe peor desperdicio que dejar que la vida transcurra mientras esperamos que nos den las respuestas esta noche en el programa de Mauro Viale.
Mientras tanto, yo sigo buscando. Y aunque por tantos años pareció seca y estéril, la tierra comienza a dar sus primeros frutos. Pronto llegará la cosecha.

23-06-02
17:25 hs

Se dice que para realizarse en la vida hacen falta tres cosas: Plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Las tres, más o menos, apuntan a lo mismo: dejar huella en este planeta. Sin embargo, hay una gran diferencia entre ellas. Vamos por partes: El árbol durará cientos de años, sobrevivirá a muchas generaciones de personas presenciará hechos que jamás podremos imaginar, pero como mudo testigo será apenas una referencia para los que con él convivan, y no dirá nada acerca de aquel que lo plantó. Nuestro hijo será la luz de nuestros ojos y la razón de nuestro existir, pero vivirá su vida y no deberá ser conocido como nuestro hijo sino como él en su individualidad, en su propia e incomparable persona. Lo contrario marcaría nuestro fracaso como padres, ya que lo principal que se le debe dar a un hijo son las herramientas para que pueda vivir su vida sin necesidad de atarla a la nuestra. De modo que nuestro hijo tampoco dirá nada acerca de quien a este mundo lo trajo. El libro, en cambio, es distinto. Que no debe ser necesariamente un libro, tampoco, sino cualquier obra que perdure más allá de nuestra limitada vida. Escribir una sinfonía, como Beethoven. Pintar la Gioconda, como Leonardo. Esculpir el David, como Miguel Ángel. Descubrir la penicilina, como Fleming. Inventar la luz eléctrica, como Edison. Es nuestra obra la que hablará de nosotros a las próximas generaciones, la que le dirá a los que nunca nos conocerán quienes fuimos y qué hicimos para que nos recuerden. Plantar un árbol está bien, tener un hijo es maravilloso, pero es nuestra obra, lo que hagamos con nuestra vida, lo que marcará si nos realizamos o no. La vida humana es muy corta, ciento treinta años en el más extremo de los casos, setenta como un promedio aceptable, en medio de más de cinco mil de historia y millones de existencia del planeta. No podemos darnos el lujo de desperdiciar ese soplo divino que se nos dio. Aunque no haya nadie para admirar lo que hacemos, siempre estará nuestra buena conciencia, esa implacable acusadora que, sin embargo, es quien mejor nos aprueba cuando sabemos que hicimos las cosas bien. Si después de más de cincuenta años sigue habiendo flores en la tumba de Gardel es porque, mal o bien, se lo ganó. Las flores no significan nada, pero si después de que nos fuimos, alguien se acuerda de nosotros con una sonrisa en la cara, es porque también nos lo ganamos. Ganémoslo.

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